martes, 2 de marzo de 2010

¡HOSTIA TÚ!



Estuve el sábado en el mercado de la boquería. ¡Joder! ¡que aguacates! ¡que esparragos! ¡que guisantes! no sigo con carnes, aves, setas, peces y demás productos por no empalagar. Todo bien fresco, todo bien expuesto, y para mi sorpresa, todo bien barato.

Además de mil detalles, encontré cuatro características que diferencian este mercado y los mercados modernos que están abriendo por toda España impulsados por ayuntamientos de todos los colores (San Miguel en Madrid, Santa Catarina en Barcelona, etc.)

1. Aunque hay bastantes turistas, la mayoría de visitantes son catalanes y además de mirar compran, compran mucho.
2. A pesar de contar con productos exóticos y/o de primerísima calidad, aptos para la caza del snob, los precios son muy competitivos.
3. Los puestos están atendidos por gente curtidísima en el oficio que les ocupa.
4. El mercado esta instalado en una nave vieja construida en 1914 sin artilugios arquitectónicos exuberantes ni materiales de última generación.


Todo ello se aprecia de manera natural en un recinto que funciona con éxito desde hace décadas y ayuda a que lo vea como un auténtico mercado y no como un parque temático con fines muy alejados a los de un centro cuyo fin básico es el de despachar alimentos (revitalizar la ciudad, dar a conocer la gastronomía, fomentar el turismo, etc.)

Además de los productos y los precios, me maravilló el oficio con la que los vendedores escogen, presentan, ofrecen y despachan sus productos dejando en ridículo a los pobres empleados de otros mercados imitadores que no conocen el producto con el que están trabajando y que lo venden, sin más, repitiendo lo que les han contado sus jefes.

Almorcé en Pinotxo y me puse las botas. Empanada de queso, berberechos al vapor, una cigala a la plancha, alubias con chipirones, garbanzos con mircilla esparracada, costillas de cabrito empanadas y rabo de toro. El rabo discretito, el resto delicioso. Todo rápido, en su punto y con un trato exquisito y alegre. No sé cuantas copas de Torrelló me bebí, pero tuvieron la amabilidad de cobrarme solo tres a pesar de apuntar cada una de las fui pidiendo. De postre una especie de napolitana azucarada con un café más bien malo. A la salida me compre un puro y lo disfruté con dos (quizá tres) cafés y mi Vichy en el bar Sant Josep. Esta vez el café estuvo a la altura.
Por cierto, la vieja nave no es más que un tejado metálico que cubre los puestos, ¡por lo que SE PUEDE FUMAR! todo un signo de modernidad en esta sociedad prohibicionista.


Además de estas fotos mal hechas con el móvil, me traje un buen puñado de alubias de Santa Pau. ¡Os vais a cagar!

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