Hace tiempo, leí por ahí que es bueno rallar el pan que se quede duro para tener pan rallado en stock y no tener que recurrir al insipiente serrín que venden en los supermercados. Como la cosa tiene sentido, cada vez que sobra pan lo dejo ahí unos días y luego lo rallo. Lo malo es que como no casi no lo uso, tengo guardadas toneladas de pan rallado en la cocina.
El otro día lo estrené. Caí en la cuenta de que, en aras de estar haciendo cosas nuevas, nunca había hecho croquetas y me puse manos a la obra. Compre leche y como tenía overbooking de queso pensé que lo mejor sería gastarlo.
Cogí una vieja perola para hacer la bechamel y un rato después conseguí un engrudo sabrosísimo. La falta de experiencia quiso que no calculara cuantas croquetas iba a preparar y pensé que medio litro de leche bastaría para unas pocas. ¿Unas pocas? ¡Joder! Por lo menos 60. Si 60. ¡SESENTA!
Señora, tengo el congelador lleno, Si viene por aquí prometo freirle las que usted quiera. Están riquísimas. Un aperitivo sencillo. Se que es una gilipollez pero no quepo de gusto.
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